Sunday, October 08, 2006

Zona Crónica: San Basilio de Palenque (Colombia)




A una hora de Cartagena, el nuevo patrimonio oral e inmaterial de la Humanidad
se hunde en el olvido


Entre el polvo y los tambores

En Palenque el gallo sobra porque Manuel Valdez, más conocido como Panamá, compositor y cantante de unos 50 años, es quien a punta de palmas, juegos vocales y sonoras improvisaciones, despierta al pueblo todos los días a las 5 de la mañana.
Hombre orquesta, Panamá lleva la clave con el pie izquierdo, repentiza letras y crea melodías sin necesidad de instrumentos.
Primera tierra libre de América, fundada por esclavos prófugos y enclave de África en Colombia, el corregimiento bolivarense de San Basilio de Palenque, a una hora de Cartagena, hace un año que fue declarada por la UNESCO como Obra maestra del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad. Título que por muy honroso y obligante que parezca, sólo se otorga cuando es inocultable la situación de calamidad de las expresiones y lugares culturales destinatarios de la protectora resolución.
Del naufragio se salvarán, por lo menos, manifestaciones como el bullerengue, el mapalé y el son palenquero, al igual que la marímbula, típico instrumento que consiste en un cajón de madera al que se le prenden láminas metálicas alineadas sobre un puente y que al ser pulsadas producen extrañas resonancias. Seguramente resonancias de las praderas de Nigeria, Zaire o Angola.
Al fin y al cabo, como dice Enrique Márquez, sociólogo palenquero e hijo de Evaristo Márquez, el que actuó al lado de Marlon Brando en ‘Queimada’, “Palenque tiene una enorme proyección mundial. Mantenemos más contacto con África, el sur de Francia y Cuba que con Colombia. Nuestros representantes son sumamente respetados allá y con frecuencia, de la tierra de nuestros abuelos, vienen a visitarnos en peregrinación”.
Pero en el país, vuelve a la carga Márquez, “no tienen ni idea de quiénes somos. Y eso que nuestra lengua palenquera, mezcla de idiomas africanos y del castellano, el portugués, el francés y el inglés, ha sido la última en ser reconocida en Colombia. O sea que la nuestra es la lengua número 65”.
Terapia criolla y emigración
Por el cruce de caminos que divide a Palenque entre Barrio Arriba y Barrio Abajo, saluda Leonel Torres, uno de los creadores de la champeta: fusión de ritmos africanos, antillanos y afrocolombianos que significa machete. Entonces dice que esta terapia criolla es un sentimiento que se baila, que surgió durante los 80 y en la que intervienen voz, batería, guacharaca, guitarra eléctrica, bajo, congas y sintetizador. Movimiento frenético. Turbación contagiosa.
Mejor dicho, la champeta es la cohabitación de la original cadencia africana y los sonidos urbanos.Tal vez se llama machete porque las contorsiones a las que invita la champeta quiebran el cuerpo, sus letras de furia rompen el aire marginal de sus voceadores y corta la hegemonía de la música gringa.
Alabado sea Oggún, dios del hierro y defensor de los hogares y los caminos.
Si bien Palenque, creado a mediados del siglo XVI por el autoproclamado rey cimarrón Benkos Biohó, representa una innegable herencia intangible, también soporta un monumental abandono material.

El 70 por ciento de las viviendas carece de neveras, el agua llega a cuenta gotas y se distribuye por sectores, la luz es intermitente, muchas noches se pasan en vela, no hay un solo centímetro pavimentado de calle y las necesidades se hacen al aire libre en los patios de las casas porque no hay sanitarios.
Para compensar el ingreso diario familiar, entre siete mil y quince mil pesos, las mujeres palenqueras se van por temporadas a Cartagena y a los estados de Zulia y Táchira, en Venezuela, a vender frutas y dulces para recaudar algunos ahorros que alivien las acuciantes obligaciones del hogar. La parentela se disemina pero no se desintegra, porque como canta Rubén Blades, “todos vuelven”. A su tierra molida, a las cuatro paredes de los viejos, al último rincón del mundo.
Patios, puños y pasado
De vocación agrícola, los palenqueros, fuera de mantener en sus propias casas animales de corral como gallinas y cerdos, todos cultivan sus parcelas a unos pocos kilómetros de la población. Siembran ñame, yuca, maíz, fríjol y arroz.
Desayunan tarde un calentao, no almuerzan y comen pescado o carne que compran el mismo día y que conservan con sal.
El excedente de las magras cosechas se saca a lomo de burro hacia Malagana, localidad vecina, o se ofrece a los intermediarios por cualquier peso.
Puertas y ventanas viven abiertas de par en par, todas las casas cuentan con alberca, las tiendas no tienen más remedio que fiar; fútbol y béisbol no pegan, y el par de sacerdotes haitianos de la parroquia no han caído bien porque para ellos las costumbres locales son cosas del diablo.
A una hora de las murallas cartageneras, esta rebelde, polvorienta y aislada tierra ha producido, sobre todo, puños, folclor y modelos de convivencia pacífica. Modelos heredados de África como los “cuadros”, a los cuales los palenqueros se incorporan desde los cinco años de edad, según cuenta Rodrigo Miranda Márquez, “con el objeto de desarrollar hábitos de solidaridad como reunir dinero para solventar los gastos funerarios de los miembros, ayudar a sobrellevar la enfermedad de alguien en condiciones precarias y hacer aportes en especie”.
Compuesto cada frente de auxilio comunal por 20 ó 30 compañeros, presta además un servicio invaluable: el cambio de mano. De manera que los integrantes solicitan la participación de los brazos de sus amigos para que acudan a su porción de tierra y le socorran en las labores de siembra y recolección de productos de pan coger.
También tierra de campeones, Palenque es la cuna del extraviado Kid Pambelé (campeón en 1972 de la Asociación Mundial de Boxeo, en la categoría de las 140 libras) que de vez en cuando se deja caer por estos lados en estado deplorable. Nadie parece vivir en su casa.

Pero todos saben que su esposa y algunos de sus hijos andan por ahí. Y nadie olvida esos martillazos que soplaban los hermanos Cardona, Prudencio y Ricardo, cuyos afiches y recuerdos animan a un puñado de muchachos que practican, bajo la tutela de un instructor, ganchos, defensas y jabs, no en el antiguo gimnasio ahora clausurado, sino en el patio de un particular.
El que quiera enfundarse unos guantes de verdad y busque una oportunidad para triunfar
tiene que irse a Cartagena o Barranquilla y encomendarse a Obatalá, creador del cuerpo entre los yoruba, o a la Virgen del Carmen porque la carrera de los golpes casi siempre deriva en la venta de las dichosas gafas por las playas de la Heroica.

Sin cuadriláteros para la formación de boxeadores, dice Sebastián Salgado, profesor de 36 años, “somos peleadores por naturaleza, desde Benkos Biohó, el fundador de Palenque, que quiere decir empalizada, pues los primeros negros cimarrones levantaron palos alrededor de las viviendas para impedir que las fieras causaran desastres”.
Pueblo indestructible
Rodeado por los mil veces evocados en vallenatos y hoy pelados Montes de María, indestronable cuartel de las FARC, Palenque retumba al compás de los cantos, rezos, danzas y percusión de las ‘Alegres Ambulancias’. Agrupación femenina que ejecuta la ceremonia del Lumbalú: rito fúnebre de origen bantú.
Doña Graciela Salgado, líder de la banda, dice que el nombre se debe a que llevan la buena noticia de la música y ayudan a llegar al cielo a las tres almas que tiene cada palenquero. Una que deja el cuerpo apenas fallece. Otra que desanda lo pasos de la persona cuando en vida iba de visita a donde familiares y amigos. Y la tercera a la que se le rinde el adiós en el cementerio.
Pero Graciela se lamenta por los tiempos idos porque “antes lo que era de uno era de otro, no había diferencias ni había temores, en cambio, hoy en día la cosa se ha echado a perder porque están matando a la gente. Antes, de niña, yo me iba con mi papá al monte y cuando regresábamos de trabajar, él cogía su tambor, yo cogía el alegre, otro tambor, y mi mamá se ponía a cantar. Así ha sido desde los bisabuelos de mis papás. Esa es la tradición que conservamos en mi familia”. Cruciales en la elaboración colectiva del duelo y del tránsito al “más allá”, las abuelas también dominan el secreto saber de la medicina ancestral, para lo cual no sólo atraen la cura a través de la invocación de sus antepasados, sino mediante el detallado conocimiento del territorio palenquero y de sus propiedades salutíferas.
Y la mejor demostración de que África todavía corre por las venas de los palenqueros es su extraordinaria capacidad para tocar los tambores. Capacidad que envidian los mismos africanos.
Bendito sea Agoyo, ídolo de buen agüero, medio hombre y medio sapo, que en Guinea se consultaba para averiguar lo que a cada uno le deparaba el destino.

Tomás Teherán Salgado, proveniente de una dinastía de músicos y sobrino del legendario Paulino Salgado Valdez, es ahora Batata IV, el tamborilero supremo, para quien batir el tambor significa conectarse con sus antepasados, “a veces estoy tan emocionado que ni cuenta me doy de lo que hago, la música se apodera de mí y me transporto a la madre África”.
Por todo eso Palenque es indestructible. Porque sus pobladores intentaron lo imposible. Sobrevivir como los duendes de las estepas de sus antepasados.

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