Cinta épica: El Caracazo

Latinoamérica aclamó al cineasta venezolano por ‘El pez que fuma’, metáfora sobre el poder que en 1977 fue la mejor película del Festival de Cine de Cartagena. Ahora, el prolífico director regresa con ‘El Caracazo’, relato de ribetes épicos acerca del levantamiento popular de 1989. Hecho que determinó el ascenso de Hugo Chávez.
Román Chalbaud: "mi cámara es un fusil"
'El Caracazo' de Román Chalbaud es el ‘Acorazado Potiemkin’ venezolano. En el sentido estrictamente político. Incluso puede ser el equivalente a ‘El nacimiento de una nación’, por su discurso fundacional y hazañoso. Y no porque se hayan empleado para su realización 136 actores, 5 mil extras, 87 técnicos y 3 cámaras de 35 milímetros .
Parafernalia imposible de imitar por estos predios. Amén de haber costado la envidiable suma de millón y medio de dólares, cifra inalcanzable y escandalosa para la mayoría de los cineastas latinoamericanos. Pero no. ‘El Caracazo’ no vale únicamente por eso, que ya es bastante. Sino porque cuando el público venezolano la ve llora, se emociona, se conmueve, aplaude y revive una serie de hechos reales, recientes (sucedidos en 1989) y que afectaron a todo un país pues cambiaron el rumbo de su historia.
De manera que cuando los venezolanos se asoman a la nueva producción chalbaudiana, exhibida por primera vez en Colombia durante el pasado 46 Festival Internacional de Cine de Cartagena, es como si se miraran al espejo y resucitaran sus calamidades. Me imagino la reacción que tendría en Colombia una película sobre el ‘Bogotazo’, acontecimiento que por alguna misteriosa razón jamás le ha preocupado a ninguno de nuestros genios del celuloide. Las reacciones no serían muy distintas a las provocadas por el polémico y atrevido largometraje de Chalbaud.
Relato que evoca el alzamiento popular ocurrido el 27 de febrero de 1989 en Guarenas, ciudad-dormitorio localizada a una hora de Caracas, a causa de un intempestivo y desproporcionado aumento de las tarifas de los pasajes en la Terminal de Transportes, medida adoptada por el entonces presidente Carlos Andrés Pérez y que desembocó en la masacre y desaparición de miles de personas.
No exenta de tintes melodramáticos y propios del culebrón venezolano, ‘El Caracazo’ involucra al espectador en lo que primero fue un motín y luego se transformó en una revolución electoral que terminó por remover de la cúspide política a la tradicional clase poseyente de Venezuela.
Tenido como el cineasta del pueblo, un periodista le dijo que ya no lo era porque ahora él estaba en el poder. A lo que Chalbaud respondió: "tienes razón, era el cineasta del pueblo, porque el pueblo está en el poder”. La frase ilustra a la perfección el concepto que el director tiene del cine: “un arma que se empuña como un fusil para decir la verdad”.
El problema es que cuando se llega al poder, así sea la izquierda la que se encarame, se termina siendo de derecha, es decir, reaccionario. Para sostenerse en el poder.
Pero tan inflamada se encuentra la República Bolivariana , que Chalbaud decidió dar el salto mortal y pasar del cine sobre episodios y gentes de la vida marginal venezolana al cine militante y político. Aunque la interpretación del elenco resulta estereotipada, los conflictos sociales y domésticos que plasma ‘El Caracazo’ cobran un sensible valor documental.
Reconocido por sus cintas y obras de teatro sobre personajes marginales, la injusticia social que pudre a Chalbaud ahora adquiere una dimensión que durante años había estado buscando: convertir a Caracas en la gran protagonista y partera de “la nueva Venezuela, la Venezuela de todos, la Venezuela de los pobres, de los que miraban pasar el poder y nunca lo tocaban”.
Abiertamente comprometido con el gobierno de Hugo Chávez, a quien apenas ha visto tres veces en la vida, Chalbaud, de 75 años, marcó un hito en el cine latinoamericano con ‘El pez que fuma’, nombre del burdel donde se desarrolla la trama que es una metáfora del poder y que en 1977 ganó el premio India Catalina a mejor película del Festival de Cartagena.
Conocedor del talante del venezolano, de su grandilocuencia gestual y verbal, de su tendencia a la teatralidad y a la exageración y de su reciedumbre frente a momentos cruciales, Chalbaud cifra su éxito y conexión con su público en la reproducción de personajes y situaciones perfectamente reales. Por eso los parlamentos de sus actores suenan a cantina, a calle, a prostíbulo, a trastienda y sala de casa.
Sin embargo, este es el factor que no pocos críticos le reprochan al director y califican sus cintas de tratados sociológicos, aunque él dice que “un personaje de teatro o de cine habla como hablaría alguien de la realidad. Y eso lo aprende uno en la vida, en el contacto con la gente. Con retazos de mucha gente que uno ha conocido se crea un personaje que representa a varias personas”. Un personaje, ha dicho Chalbaud, “no es el calco de una persona en particular. Un personaje es alguien que no existe pero que a la vez está vivo y respira, y habla como un ser vivo. El teatro es gente, el cine es gente”. Y Chalbaud no inventa nada, todo lo atrapa de la realidad, la misma que le devuelve a la gente con cada película. Probablemente ahí radica la afición de los venezolanos por el cine y el teatro de Chalbaud.
Por su estética bizarra, tan bizarra como las alcobas del pueblo venezolano, las ventas de baratijas en las esquinas caraqueñas y los tabloides de cualquier parte del mundo.
Minuciosa y reiterativa en la descripción de lo que significa una revuelta: de sus delirios colectivos, de su desmadre purificador y de su cuenta de cobro social, ‘El Caracazo’ es un panfleto y una aguerrida defensa del proyecto chavista. Sobre todo es un canto de gesta. Un elogio a la violencia fundacional de un nuevo orden.
¿En qué circunstancias tiene lugar El Caracazo?
Carlos Andrés Pérez acababa de asumir su segundo mandato y tenía el 70 por ciento del electorado a su favor. Al poco tiempo de haberse posesionado puso en práctica las imposiciones del Fondo Monetario Internacional y vino el alza de las tarifas del transporte público. Entonces la gente se levantó en Guarenas hasta que el movimiento llegó a Caracas y se esparció por toda Venezuela. Aquello fue un terremoto y preparó el proceso que vivimos hoy.
¿Por qué no hay unos protagonistas preponderantes?
Porque el protagonista de El Caracazo fue el pueblo y ese día la sociedad venezolana tomó posiciones.
A pesar de los saqueos y los excesos, uno se queda con la sensación de que fue una gesta…El Caracazo fue una historia épica. Y yo recojo el relato de esa gesta. Ese fue un verdadero levantamiento popular y no faltaron los excesos, pero así es toda revolución.
¿Es su película un llamado a la venganza o a la perpetuación de un estado de enfrentamiento social?
Yo no pido venganza, lo que quiero es justicia y a veces la justicia empieza por una revuelta. Mi película es una defensa de lo que el pueblo venezolano ha conseguido. Hay gente en mi país que no la vio porque tenía parientes que habían muerto o desaparecido durante esa jornada y les iba a causar dolor. Otros, como el presidente Chávez, me agradecieron la película. Y otros más me atacaron porque dicen que es una traición. Pero así fue la verdad.
¿Quiénes lo tildan de traidor?
Los intelectuales de izquierda porque ellos no fueron capaces de hacer la revolución que estamos viviendo en Venezuela. Bien porque se le entregaban a los gobiernos, bien porque miraban con desdén a quienes sí actuaban.
¿No cree en la clase intelectual de su país?
Claro que no creo porque ella fue la primera en traicionar el proyecto. Los dueños del diario La Nación no pudieron manejar a Chávez y se volvieron sus enemigos. El caricaturista Zapata jamás volvió a pintar su personaje y se dedicó a pintar militares con cuchillos entre los dientes. Soledad Bravo, la cantante de música protesta está casada con un reaccionario chileno pinochetista y tampoco le gusta el nuevo régimen. El actor Orlando Urdaneta, desde Miami, justificó el asesinato de Chávez y Carlos Andrés Pérez le deseó la muerte como un perro.
¿Su cinta obedece a alguna sugerencia o compromiso personal o político?
Yo hago las películas que siento. No estoy a las órdenes de Chávez ni de nadie. Tengo unas convicciones y las defiendo. Creo que por primera vez alguien se ocupa del pueblo. Al fin están llevando salud, educación y cultura a las comunidades miserables. Pero los medios de comunicación muestran cosas falsas y dicen que no hay libertad de expresión y que se están despilfarrando las reservas internacionales. Hay hechos favorables a la población que muchos quieren callar. Y si tengo compromiso es con los muertos de ese día.
¿Qué va a hacer si mañana Chávez no cumple o le voltea la espalda al país?
Pues lo voy a denunciar con la misma verticalidad con que ahora respaldo su proyecto. Pero no creo que eso ocurra.
¿Qué tanto tiene su película de propaganda?
Es política pero no es propaganda. Y cuando la política se mete contigo, tú te metes con la política. Entonces, tienes que tomar posición y definirte. Yo tengo mi postura y no me asusta. Todos los hechos que aparecen en la película son ciertos. El caso del Ejército, por ejemplo, un Ejército que siempre había sido para repeler al pueblo, cuando debería arremeter contra los enemigos del pueblo. Hoy los militares no van a disparar contra el pueblo. ¿Su cine sacrifica la estética por el discurso?
Para mí la cámara es como un fusil para defender las ideas y tengo derecho a hacer el cine que quiera. Como todo el mundo.
¿Piensa seguir por esa línea de realismo cinematográfico?
Estoy preparando una película sobre los médicos que prestan sus servicios en Barrio Adentro, que es una campaña de salud emprendida por el gobierno para atender las necesidades de las gentes de los barrios más pobres de Caracas. Allá llegan y revisan, reparten medicamentos, formulan y curan a todo el mundo sin cobrar un centavo.
¿Qué le ha sorprendido más de su investigación?
Mi hermana es médica y los médicos de la oposición le niegan camas a los pacientes que ella remite. Hay que ser perverso para llegar a esos grados de inhumanidad.
¿La televisión venezolana aborda temáticas sociales como en sus películas?
Ya ni siquiera se hace televisión para eludir la realidad, sino que es un alboroto y un ruido permanente. La televisión de mi país está peor que nunca. Se difunden mentiras y se ofrece un entretenimiento que se parece al barro. En vez de mejorar la capacidad crítica de los televidentes, les dan más barro para que se hundan en él.
¿Y usted ha seguido vinculado a la televisión de su país?
A mí me han marginado de la televisión por mi postura pro chavista.
Llama la atención el sacerdote que interviene en las protestas de El Caracazo…Es un personaje real y hace parte de los sacerdotes obreros que predican y asisten a la población necesitada. Ese cura es un ejemplo de la profunda división que hay en la Iglesia católica venezolana.
Entonces, ¿continuará en pie de lucha?
Nunca he dejado de estarlo.
Perfil
Román ChalbaudNació en: Mérida, Venezuela, en 1931.
Trayectoria:
En la década del 50 fue asistente del realizador mexicano Víctor Urruchúa. Ha escrito, dirigido y producido obras de teatro, cine y televisión. También es poeta. En 1967 creó El Nuevo Grupo, colectivo de teatro con el que ha trabajado durante años. Premios: En 1984 recibió el Premio Nacional de Teatro y en 1990 obtuvo el Premio Nacional de Cine.Libros de poemas: ‘Nosotros y el teatro’. ‘Sagrado y obsceno’. ‘Vesícula de nácar’.
Filmografía
Caín adolescente (1957). Cuentos mayores (1963). La quema de Judas (1974). Sagrado y obsceno (1975). El pez que fuma (1977). Carmen (1978). Rebaño de ángeles (1979). Bodas de papel (1979). Cangrejo (1982). La gata borracha (1983). Cangrejo II (1984). Ratón de ferretería (1985). Manón (1986). La oveja negra (1987). Cuchillos de fuego (1989). Pandemonium (1997). El Caracazo (2005).
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