Wednesday, May 23, 2007

Antimemorias



Park Way revisitado
I
Yo también acabo de correr la cortina para asomarme al balcón: las lanzas doradas de una mañana inusual me enceguecen y el perfume del pasto recién cortado del Park Way, los Campos Elíseos bogotanos, sin Arco del Triunfo, sin Rimbaud ni Verlaine pero por donde anduvo el pesado y vacío trolie de los tiempos de los caramelos con cromos repetidos de Joe de Maggio, Chita Caravallo y de los besos furtivos de Rosarito, mi enamorada de kínder, despiertan lo que a mi edad es lo único real: el agua del paraíso perdido que se me escapa entre estos dedos que apuntan hacia ninguna parte. Es el agua de las muchachas en flor en minifalda y sin sostén que siempre se me escaparon o me llegaron de segunda o tercera mano. El consuelo era ‘El Gráfico’ que mis padres me conseguían todos los meses en una farmacia no lejos de casa y de la que ya se me borró el nombre. Aunque la revista llegaba con retraso de Buenos Aires, Borocotó, Frascara y Ardizzone, los mejores escritores de fútbol que haya leído en mi vida, me restauraban el corazón.

II

De algún lugar de la alameda que no logro identificar, despuntan los sonidos del afilador que con su flauta y su voz de contrabajo anuncian que afila cuchillos, facas, cortaplumas y navajas. No lo veo y ya no lo oigo pero me lo imagino: el aindiado afilador, de perfil de caballo, va de delantal negro y largo y empuja un trípode sobre el que reposa su centenaria maquinaria de acero según él inoxidable por la que salen relucientes y cortantes las hojas que parten cebollas, tomates, aguacates y otros frutos prohibidos. La del afilador era la primera música de los sábados y domingos a las siete en punto de la mañana.

III

Luego fue el cine en el teatro Arlequín. A una cuadra del Park Way, en la calle 39 con carrera 23. Allí vi el mundo y lo que el viento se llevó. Las desgracias y esperanzas de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, "play again, Sam", dice con el alma rota el pobre de Humphrey, en 'Casablanca'. Sólo me gustaban las películas viejas. De la sala, todavía a oscuras, me iba pensando que los judío-polacos del barrio como los Lutzgarten Yurkowic eran sobrevivientes del Ghetto de Varsovia. Nunca se los pregunté, pero la cantidad inaudita de zapatos de todos los modelos, colores y modas que arrumaban sin orden en sus closets tal vez significaba que Alemania jamás los volvería a alcanzar. Al fin podían caminar tranquilos porque la dignidad empieza por los pies.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home