En los 80 años de García Márquez

80 cañonazos a las 5 de la mañana le rindieron homenaje a ese pueblo de casas de barro, vendavales bananeros y huevos prehistóricos. A ese fabuloso mundo fundado en 1885 y elevado a municipio en 1915, cuyos orígenes se remontan a los aborígenes del pueblo chimila y, en el cual, durante cien años de soledad, sus habitantes señalaron las cosas con los dedos hasta que el abuelo, el coronel de la Guerra de los Mil Días y que no tenía quien le escribiera, llevó a ‘Gabito’ a conocer el hielo.
Hielo, real o imaginario, que algunos ubican en donde hoy se levantan las tiendas de la plaza de pescado. Y no muy lejos de la casa y la tienda de cerveza del primo Nicolás Arias Márquez, que vino a conocer a su inalcanzable pariente cuando recibió el Premio Nobel de Literatura, en 1982.
Se trata de Aracataca, legendaria cuna de Gabriel García Márquez, que hoy se debate entre la violencia, el desempleo y el procesamiento del aceite de palma, según relata el tesorero municipal Samuel Beracasa, hijo de un antiguo industrial bananero que se vino de Marruecos a mediados de los años 20 del siglo pasado en pos de la quimera del oro dulce: el banano de la Unit Fruit Company.
“Aquí hubo riquezas, esto era como el casino del Caribe, en esta tierra platanera encontraron refugio aventureros emprendedores de todas partes”, recalca Beracasa. Lo que pasó es que los comunistas acabaron con todo. “Ahora hay que preparar a una nueva generación de empresarios y esa es mi mayor ilusión. Pero no es fácil convencer a los inversionistas de la región. Son muy temerosos y piensan que los mejores días de Aracataca quedaron en el pasado”.
Las salvas de artillería retumbaban sobre todo por los 80 años de nacimiento del hijo del telegrafista, que más tarde vendería enciclopedias en la Guajira y en ‘El Espectador’ publicaría su primer cuento: ‘La tercera resignación’. El mismo que muchos años después relataría los amores contrariados de sus padres, sostenidos a escondidas a lo largo del Camellón del 20 de julio, hoy rebautizado Camellón de los cerezos, que se extiende entre la tarima del municipio y la estación del ferrocarril.
Allí también culminó el viaje de una locomotora tatuada de mariposas amarillas, alegórica evocación de la máquina de vapor que alguna vez hizo temblar a ese Macondo que no existe en ninguna parte, pero que equivale a un estado del alma, como alguna vez afirmó su mágico hacedor. Por su salud.
No bien dieron las 8 y 30 de la mañana, el padre John Trujillo ofreció un tedeum en honor de García Márquez, ese hombre que en México, hace cuarenta y pico de años, asombró a sus amigos al contarles que estaba escribiendo La Biblia. O sea, ‘Cien años de soledad’. Alrededor de la plaza principal y de la Iglesia, remolinos de flores del color del sol cubrían el cielo como papagayos. Durante la homilía, una sospecha cobró forma de verdad: pues el párroco pidió por la salud del Nobel, de la que se dice que sufre las espuelas renovadas de un viejo cáncer linfático.
Por eso no ha llegado todavía García Márquez a Colombia, porque ha reanudado su tratamiento en Estados Unidos y, antes de volver a Cartagena, para la celebración del Congreso de la Lengua española, saludará en La Habana, otros dicen que se despedirá, de su entrañable y convaleciente amigo, el comandante Fidel Castro.
Mientras el Gobernador del Magdalena, Trino Luna Correa, anunciaba la próxima inauguración de un hospital de primer nivel, un centro de capacitación juvenil, un plan de acueducto y alcantarillado, más la remodelación de la Casa Museo Gabriel García Márquez, las tropas acantonadas en las inmediaciones de Aracataca no tuvieron más remedio que cancelar la parada militar en la Plaza de Bolívar porque desde el sábado anterior se encuentran repeliendo las infiltraciones y los ataques del frente 37 de las Farc.
Localizada al pie de la Sierra Nevada, por el oriente, y la Ciénaga Grande, hacia el norte, Aracataca es un enclave estratégico que alguna vez fue la Nueva Orleáns del Caribe, luego se convirtió en puerto de la bonanza marimbera en los 70 y ahora sueña con sacudirse de los guayabos del dinero fácil y la escalada militar, para recuperar su prestigio de semilla garcíamarquiana.
Tras la conferencia del escritor cataquero Martiniano Acosta, en la que exaltó la vena poética renacentista y las lecturas de ‘Las mil y una noches’ y ‘Gargantúa y Pantagruel’ como ejes primordiales de la creación de su desmesurado coterráneo, la hermana del portento, Aída García Márquez, dijo que ya no reconoce la casa de los abuelos maternos en la que su hermano mayor pasó su infancia y que definiría como “grande y triste”, aunque repleta de fantasmas y artefactos de una grandeza saqueada por las estrecheces.
Cuenta también que con el paso del tiempo se ha ido encogiendo, y que buena parte del patio trasero dio lugar al Auditorio Ramón Vinyes, el maestro catalán del Nobel, y que la cocina terminó convertida en baños para los visitantes de la Casa Museo. Y ya no identifica los linderos de los Bisbal y los Correa, amigos de juegos.
Monja por 20 años y maestra de escuela durante medio siglo, Aída jura que en el fondo su hermano no es ateo porque se educó en un hogar cristiano, porque Dios está en toda su obra y que esa es una de las más grandes mentiras que el propio García Márquez se ha encargado de difundir.
Antes de retirarse, la hermana menor reveló que ‘Gabito’ no viene a Aracataca porque se moriría de la nostalgia y del amor que le demostrarían sus habitantes. Así que mejor prefiere saber del pueblo de lejos y recordar el último atardecer de polvo en el que regresó en tren junto con su madre para vender la casa de los abuelos.
Entonces, recuerda el primo Nicolás Arias Márquez, Gabriel sintió que en Aracataca estaba todo su material literario y que no tenía la menor idea por donde iba a reventar. Sofocados, cataqueros y visitantes, acudieron al escenario que montó la Alcaldía para recibir al Rey Vallenato Infantil 2006: Jesús Alberto Ocampo, la agrupación musical Los niños del Vallenato, las piloneras Cañahuates de Valledupar y el grupo de danzas San Juan de Palos Prietos.
Todos comentaban que en primera fila asomaba el aire hermético de Rafael Escalona, a quien dicen no haberlo visto por estos pagos desde 1966, cuando se llevó a cabo en Aracataca el primer festival vallenato.
La pasión mística de los intérpretes sobrecoge al auditorio. Le saca lágrimas. Así se celebra, a punta de puya, son y paseo, ese romancero de ‘Cien años de soledad’, que al decir de su compositor no es nada distinto a un vallenato de trescientas y pico de páginas.
Desde ese mismo tablado, el airado rector del Institución Educativa Gabriel García Márquez, José Pedrique, le contestó a quienes tachan al escritor de olvidadizo con su tierra, que la construcción de clínicas, colegios y calles es una labor de los gobernantes. Y que la fortuna amasada por el fabulador es de él y su familia. Suficiente con que García Márquez le haya dicho al mundo que nació en Aracataca y que Aracataca es el génesis de la metáfora de Macondo.
Por las esquinas del pueblo aparecen otros personajes de novela. Son Jaime García Márquez, el arquitecto y piedra sobre la cual se edifica la unión de la familia y Rita, la más tímida de las hermanas de Gabriel. Ancízar Vergara, director del Centro Cultural Leo Matiz, padre del reportaje gráfico en Colombia y uno de los artistas fotográficos más reconocidos del mundo, continúa en su incansable labor de lazarillo de periodistas.
Los hornos caribeños no amainan sus bocanadas de infierno.
Se oyen rumores de que los cumbiamberos alistan la quema de billetes en las Cuatro Esquinas, confluencia de billares, almacenes de grano y edificios de estilo Art Deco, para rememorar las noches de hace cien años, en las que trabajadores y campesinos le prendían fuego a su sueldo, cuando se agotaban las velas que iluminaban la parranda.
Aracataca se cierra como un puño y parece elevarse 10 centímetros del suelo. Carbón, plátano y algodón vuelven del otro lado de la realidad. El pelotón de fusilamiento atrona sus armas. Melquíades frota de nuevo el cobre. El trópico se pudre. La casa grande flota en silencio. El patriarca respira para siempre.
Para tener en cuenta
Aracataca proviene de la lengua del pueblo chimila y se divide en dos partes: ara, que significa “río de aguas claras”, y cataca, “cacique de la tribu”.
‘El otoño del patriarca’ es la obra más estudiada del Nobel colombiano.
Todavía se discute si Macondo es el nombre de una finca o de un árbol propio de la región.
2 Comments:
Hola JM, es Mariano. Nos conocimos por Iván en el ensayo de Warner.
Cómo va? yo por acá al fin logrando un contacto más cercano.
Le dejo mi mail para que usted me deje el suyo y así estemos en contacto:
blog35mm@gmail.com
Un saludo,
PD: bacano el blog, pronto lo añadiré al mío.
Que chimbota de articulo, muy gueno!!!, metele videos al blog
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