Drama asfixiante

Babel: jarabe para sordos
La película de González Iñárritu y Guillermo Arriega no es un documento moralizante sino un estremecedor relato multicultural sobre la incomunicación y la esquizofrenia colectiva.
La compleja y reflexiva ‘Babel’, de los recién divorciados Alejandro González Iñárritu y Guillermo Arriaga, arroja como una pedrada en el ojo una lección inquietante y tenebrosa: no eres nadie fuera de tu casa, de tu cuadra, de tu barrio, de tu pueblo o ciudad, y mucho menos fuera de tu país. Si muchas veces eres un extraño entre los tuyos, ni hablar cuando no eres nada en territorio hostil.
Peor todavía. Cuando cruzas esos umbrales familiares, conocidos, manejables, aún cuando no siempre sean los más gratos ni entrañables, te conviertes en un intruso, en un enemigo en potencia, en un indeseable sin raíces y a la deriva. Hasta que te transformas en lo que el resto de la humanidad esperaba de ti: un infiltrado, un quintacolumnista, una bestia negra. ‘Babel’ y su multicultural drama desatado a partir de un fusil de caza que un japonés le regaló a un pastor de cabras de Marruecos, el mismo con el que su hijo menor hiere gravemente a una turista estadounidense, quien desconoce la aventura que sus pequeños hijos han emprendido de la mano de la niñera ilegal mexicana que se los lleva al matrimonio de su hijo al otro lado de la frontera gringa, traduce de manera extrema, y no exenta de altas dosis de tremendismo, la situación de histeria colectiva que domina el mundo desde los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Sin embargo, la confusión de lenguas, culturas, costumbres y mentalidades es tan poderosa, a pesar de la pretendida aldea global de Marshall McLuhan o de la globalización económica, como desde el día en que Yaveh sembró el caos entre los hombres cuando pretendieron erigir una torre que alcanzara el cielo y los dispersó por toda la Tierra. Desde entonces, relata el Génesis, los hijos de Dios hablaron distintos idiomas y jamás se volvieron a entender.
En ‘Babel’, los prejuicios, miedos y paradigmas se alzan como muros de la infamia entre sociedades opuestas que en vez de escucharse se sojuzgan hasta culminar en el asesinato.
Opresiva y deprimente, ‘Babel’ es la cinta más refinada, introspectiva y conflictiva de la trilogía sobre padres e hijos, según ha declarado González Iñárritu, iniciada con ‘Amores perros’ y seguida por ’21 gramos’. Trilogía que si bien coincide con la tesis sartreana de que el infierno son los otros, también se sustenta en el supuesto de que no hay factor más unificador del género humano que el dolor, la desgracia y el desamparo.
Y como en la vulnerabilidad nos parecemos, ‘Babel’ abre una rendija, ya al final de la demoledora encrucijada, para que por lo menos penetre una remota brisa de perdón entre las víctimas que a la larga somos todos. Víctimas de gobiernos, sistemas, intereses estratégicos y complots multinacionales. Víctimas que como peones caen indefectiblemente en la trampa fabricada por el Gran Hermano orwelliano.
De las tres historias que se entrecruzan en ‘Babel’, la más estremecedora es la de la joven sorda que culpa al padre del suicidio de su madre.
La sensación de aislamiento, discriminación y rabia que perturba a la hija del cazador japonés, sobrecoge por la notable actuación de Rinko Kikuchi, nominada al Oscar por su notable papel.Un acierto fue también la escogencia de Brad Pitt para el rol del esposo de la mujer herida durante un tour en Marruecos.
Al espectador se le olvida que está frente a uno de los intérpretes más convincentes y versátiles de Hollywood, para compartir con él la impotencia, el desespero y la frustración que como ciudadano de la superpotencia tiene que soportar en un mundo incomprensible, atrasado y peligroso según la propaganda anti terrorista de su país.
Ya lo había anticipado el filósofo alemán Jürgen Habermas, unos meses después de los atentados contra las Torres Gemelas: la violencia es el producto de la ruptura de la comunicación.
Y ‘Babel’ confirma que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Por eso hay que verla, así suponga un traumático ejercicio de resistencia ante la catarata de infortunios y desastres que se suceden sin respiro.Vale la pena darle un vistazo para sacudirnos un poco de ese nacionalismo chauvinista, provinciano y endogámico que nos pudre y nos distancia con asco del semejante distinto, del otro desconocido, del lejano al que nos parecemos tanto.
Eso es ‘Babel’: un alegato por la compasión antes de la declaración de guerra. Una advertencia de lo brutales que podemos llegar a ser cuando nos encontramos acorralados por el miedo y fuera de las coordenadas habituales. Una señal de alarma para tiempos en los que las culturas chocan para devolver a la humanidad a la Edad de Piedra. Acaso la más humana y honrada de todas.
Y digo que Babel es un jarabe para sordos y también para ciegos y mudos porque para ver lo que tenemos delante de nuestras narices es necesaria una lucha constante. Lucha para ver los desastres que se suceden a pesar de la anestesia, local y universal.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home